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Ver a Jesús

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El año en que murió el rey Uzías, vi al Señor sentado en un majestuoso trono, y el borde de su manto llenaba el templo.

Isaías 6:1 NTV

Arrancamos un nuevo mes y quiero invitarlas a hacer un viaje profundo a nuestro interior, a desvelar aquellas cosas que hasta ahora permanecieron veladas.


¡Es un viaje de libertad!


Aunque soy cristiana desde pequeña, es cierto que conocí realmente a Jesús en mi peor momento.

Cuando era pequeña en casa teníamos hábitos espirituales que nuestros padres nos inculcaron como, por ejemplo, orar antes de terminar el día.

Ese es un recuerdo que atesoro en mi corazón y quiero compartirlo con ustedes.

El momento de la oración en familia consistía en estar los 6 reunidos en la habitación de mis padres y como mis tres hermanos y yo éramos pequeños nos sentábamos junto a nuestros papás en la cama. Generalmente mi papá nos contaba alguna historia bíblica y charlábamos acerca de las necesidades de nuestra familia, de los amigos o de la familia de la fe. Orábamos un ratito cada uno y nos repartíamos los motivos de oración habíamos compartido antes de empezar a orar.

Mi papá o mi mamá terminaban ese tiempo orando para descansar y que Dios cuidara nuestros sueños. Al otro día también orábamos tomados de la mano antes de salir a la escuela y al trabajo. Leíamos la Biblia juntos, mi mamá pegaba distintos versículos en la casa para memorizar la palabra de Dios, y los reemplazaba cuando los íbamos aprendiendo.Asistíamos a la iglesia cada fin de semana; a los grupos de oración y reuniones en casa en la semana, en fin, vivíamos conectados a Dios y a nuestra comunidad de fe.

Eso de que Dios no tiene nietos es real, por eso les quise ofrecer el contexto en el que crecí para ilustrar que mi vida era la de una cristiana comprometida.


Pero… siempre hay peros. Si bien crecí con esta base sólida de hábitos espirituales mi vida de fondo (aunque yo no lo sabía) era una vida cristiana de PRÁCTICAS. Así es. Para mí ser cristiana era orar, leer la biblia, ir a la iglesia, ser generoso, y una lista muy extensa de cosas válidas, pero eran solo eso, cosas que HACER. En todo este esquema no entraba aún el SER una hija de Dios.


Después de atravesar un proceso de divorcio doloroso y traumático pude ver al Señor, y conocerlo como mi Dios, como mi Señor, como mi Padre, como mi esposo, como mi amigo. No es que antes no lo conociera, fui testigo durante mi vida de su amor; su cuidado; milagros impresionantes y también recibí su llamado a mis 17 años. Caminé rodeada de personas apasionadas por él y aprendí de ellas. Pero recién a mis 30 años tuve MI EXPERIENCIA CON DIOS (como lo describen los autores Henry Blackaby y Claude King).


Me siento identificada con el profeta cuando dice: … en el año en el que murió el Rey Usías VÍ YO al Señor sentado en su trono alto y sublime (paráfrasis del versículo, énfasis agregado). En este caso alguien murió para que Isaías pudiera ver al Señor. Esa es mi experiencia. Después de este episodio, pude VER al Señor sin intermediarios y descubrir su amor, descubrir atributos de su carácter que antes no había visto ¿era porque no estaban? ¡Claro que no! Era porque yo no los había visto, ni los había experimentado. En mi caso mi familia primero y después mi matrimonio ocuparon el trono que le perteneció siempre a Dios, y algo tuvo que “morir” en mí, en mi estabilidad, en mi lugar seguro, en mi forma de ver la vida y a Dios para avanzar en mi crecimiento espiritual.

Hoy quiero que puedas pensar en vos, en tu vida, en tu relación Jesús, realmente ¿son ustedes dos los protagonistas de esta historia? ¿O te relacionás con él a través de otros; del ministerio; de las costumbres? ¿Qué es lo que tiene morir en tu vida para que puedas ver a Dios?

Hoy dejemos al descubierto la trampa de la Práctica Religiosa del cristianismo, y acerquémonos a Dios de manera diferente, de manera personal, de manera íntima. Acerquémonos a él como hijas amadas.

Te invito a que oremos juntas: Amado Señor, a través de esta reflexión me doy cuenta de que aún no he descubierto quién eres y quién soy yo en ti. Me doy cuenta de que hay obstáculos frente a mí que me impiden verte claramente y por eso ruego Espíritu Santo que me reveles qué cosas hay en mí que me están impidiendo acercarme a ti, conocerte y saber cuál es el propósito para el que me creaste. Te ruego que cualquier peso de preocupación, de religiosidad vacía, de ansiedad, de angustia, de miedo que cargué hasta hoy te lo lleves, quita de mí el velo que se interpone entre nosotros para que así pueda crecer en plenitud a tu lado.Oro con fe, en el nombre de Jesús. Amén.


¡Hoy seamos libres para ver a Jesús!

 

 
 
 

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